Quiero sentarme con vos en alguna esquina de Cordoba a reirme del tiempo, de los años y todas las cosas que no salieron de acuerdo a lo previsto. Que entre cerveza y cerveza, entre café y cafe vayamos compartiendo poco a poco nuestras vivencias, nuestras historias y cada uno de los sueños que habita en nuestro interior. Quiero recorrer de tu mano cada recodo, cada restaurant y cada museo de esta magica pero confusa ciudad. Mientras me relatas con detalle tus días, y te pregunto con ansiosa insistencia cada respuesta que intentas iludir. Quisiera poder captar eternamente en mi mente todos esos momentos donde tu felicidad es tan grande que invade de brillo cada centimetro de tu ser. Tener la suerte de fotografíarte riendo, comiento, cantando, tomando, viviendo... para que jamás se pierdan de nuestra memoria toda la belleza de lo que fuimos a lo largo del camino.
Quiero disfrutar de tu alegría en la aciertos, abrazarte bien fuerte en las caídas y mencionarte siempre lo único que sos.
Quiero que me cuentes de tu infancia, de tus padres, de tus anhelos y de todas las penas que guardas bajo tu enimatica coraza.
Sé que los cambios te cuestan, que soltar no está en tu diccionario, y siempre que pensas en felicidad viene a tu memoria la sonrisa de tu mama. Conozco las vueltas de tu humor, la mabivalencia de tus decisiones, y como un chocolate te cambia el humor.
A menudo me suelo cuestionar si nos cruzamos por conincidencia, o si nuestros recorridos van a estar entretejidos para siempre.
Tal vez vivimos en la locura de esta urbanidad por qué solo al recorrer incansablemente estás calles íbamos a encontrarnos, o tal vez todo esto no es más que un precioso espejismo diseñado a la perfección por mi inocente romanticismo.
Es evidente que nada es cierto, ni eterno...pero confío demasiado en lo que vi, como para no creer que el misterio de Córdoba seguramente nos va a volver a encontrar.